Eudald Camps
Crítico de arte
Menú degustación
Uno de los grandes descubrimientos de la cocina contemporánea –esta cocina que, sin ser arte, comparte con él numerosas preocupaciones– es el «menú degustación». Se trata, como es sabido, de un catálogo de posibilidades culinarias desplegado en el tiempo que acaba convirtiendo al comensal en una especie de juez gastronómico o, en menor medida, en un diletante de lujo capaz de polemizar sobre cocina equipado únicamente con la ingente cantidad de información sensorial –pura quimera– que ha recibido vía «degustación». La fórmula, adoptada por disciplinas que, metáforas aparte, bien poca cosa tienen que ver con la restauración, como la filosofía (Manuel Cruz) o el cine (Roger Gual), debe su éxito como mínimo a dos razones. La primera es «sinóptica»: hoy, víctimas como somos de la inmediatez –o de la tiranía de la velocidad– cualquier cosa que nos ofrezca la posibilidad de transitar por un enorme paisaje de una sola vez, sin necesidad de tenernos que levantar de la mesa, nos resulta fascinante. Esta es una de las principales características de nuestra época: «El tiempo real prevalece sobre el espacio real y la geosfera –nos dice Paul Virilio–; la supremacía del tiempo real, la inmediatez, sobre espacio y superficie es un hecho consumado y tiene un valor inaugural (anuncia una nueva época)». Nos podemos resistir a ello, pero como nos recuerda Giorgio Agamben: «Una persona inteligente puede odiar su tiempo, pero en cualquier caso sabe que pertenece a él irrevocablemente, sabe que no puede rehuirlo». En este sentido, la segunda razón del éxito de la fórmula «degustación» es económica: el hipotético comensal necesita «invertir» pocos recursos –en forma de tiempo, pero también materiales– a fin de acceder al estatus de «connoisseur». Basta con haber ido una vez al Bulli o al Celler de Can Roca para acceder a un club selecto de entendidos en gastronomía que, de hecho, podrían pasar el resto de sus vidas comiendo productos enlatados.
Con todo, el «menú degustación» tiene un antecesor ilustre que perdura, justamente, gracias al hecho de no ser comestible. Nos referimos a aquella historia del arte escrita en minúsculas que en gran medida es la historia del grabado. Pensar una posible genealogía de la reproductibilidad es pensar una forma de aproximarnos a la dimensión más democrática del consumo de imágenes. Aquello que se «pierde» queda sobradamente compensado por aquello que se «gana». Quien mejor ha explicado esta paradoja sigue siendo Walter Benjamin, autor de un opúsculo fundamental (La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, 1936) que pone énfasis en esta posible lectura hasta el punto que caracteriza el arte del presente, justamente, por su carácter de copia que ha perdido aquel aura irrepetible: «Sin embargo –escribe Benjamin–, en la más acabada reproducción, todavía falta una cosa: el aquí y el ahora de la obra de arte – su existencia única en el lugar en que se encuentra. En esta existencia única, y en ninguna otra más, acontece la historia a la cual, a lo largo de su subsistencia, la obra de arte ha estado sometida. Cuentan tanto los cambios que ha ido sufriendo en su estructura física, como los cambios de poseedor que le han ido sobreviniendo». A pesar de esto, Benjamin no deja de notar que, aunque no exista la «copia perfecta», uno no puede sustraerse de un hecho indisociable de la lógica –económica– del arte y de nuestro consumo de las imágenes: «La obra de arte ha sido siempre fundamentalmente reproducible. Lo que los hombres habían hecho, siempre podía ser imitado por los hombres. Una tal imitación ha sido practicada, como ejercicio, por los alumnos de las academias de bellas artes; como divulgación de las obras, por los maestros; y por unos terceros, en fin, afanosos de ganancias. Frente a ellos, la reproducción técnica de la obra de arte es algo nuevo que, intermitente en la historia, por brotes, lejos los unos de los otros, pero con un crecimiento de intensidad, llega a su madurez».
Una madurez, siempre provisional, hecha de acumulación de experiencias singulares: desde aquel lejano siglo XV que vio cómo la aparición de la imprenta reclamaba un nuevo tipo de imágenes, la historia del arte es en gran medida la historia de los procedimientos gráficos. Por eso el «menú degustación» que ofrece el Mini Print, año tras año y con una constancia encomiable, es «Internacional» en el sentido más preciso del término: su función es vindicar la pervivencia de aquel momento fundacional, cuando las obras de arte fueron liberadas del monopolio de las élites dominantes y ofrecidas de manera democrática a un público mayoritario que, desde entonces, es su único y legítimo propietario.
Mercedes Barberá Rusiñol
Directora del Mini Print Internacional de Cadaqués
Durante el año 2013, el Mini Print Internacional de Cadaqués ha celebrado su 33.ª edición. Trenta y tres años durante los cuales artistas de todo el mundo nos han enviado sus bellas obras, haciendo posible que la exposición perdure hasta nuestros días.
Afrontamos ahora tiempos difíciles de crisis económica, de inquietudes morales y de pensamiento, de actitudes violentas y de dominio de revoluciones penosas y cruentas que han sometido a países otras veces representados en la exposición.
A pesar de tantas dificultades, el Mini Print continúa existiendo sin haber visto mermada la calidad artística y técnica de los artistas participantes. Es un claro exponente de que al arte no lo para nada ni nadie, ¡y es una suerte! ya que ayuda a hacer más habitable nuestro mundo.
La exposición, durante su estancia en el Taller Galería Fort de Cadaqués en los meses de julio, agosto y septiembre, fue muy visitada. La tendencia nos indica que cada año más artistas participantes de todo el mundo se animan a viajar a Cadaqués para ver las obras expuestas y contribuir con su presencia a dotarla de vivacidad.
Las exposiciones individuales de los artistas ganadores del 32.º Mini Print fueron a la vez un éxito y una fiesta. Asistieron a sus respectivas inauguraciones y ejercieron de jurado del 33.er Mini Print: Prue Mac Dougall, de Nueva Zelanda; Montserrat Ansótegui, de España; Jinan Kobayashi, de Japón; Patricia Niemira, de Francia; Maria Heed, de Suecia; y Nanna Sjöström, de las Islas Åland. Su presencia entre nosotros nos llenó de interés, simpatía y comunicación, que siempre recordaremos.
Al mismo tiempo que en Cadaqués, la exposición del Mini Print se celebró en Wingfield Barns (Inglaterra). Ian Chance, su promotor y artífice de la muestra en Inglaterra, hace posible su continuidad logrando un gran éxito en cuanto al número de visitantes, gracias a la colaboración de los medios de comunicación.
Durante el mes de octubre y mitad noviembre el Mini Print fue expuesto en la Fundación Tharrats de Arte Gráfico de Pineda de Mar. La exposición la presentó el alcalde de Pineda, el Sr. Xavier Amor, a quien agradecemos su presencia y el interés que demostró con sus amables palabras de seguir albergando la exposición en su bello y confortable pueblo.
Sophie Cassard, vinculada a Cadaqués desde hace muchos años, expone el Mini Print en su galería l’Etangd’Art de Bages (Francia) durante los meses de noviembre, diciembre y enero. Su entusiasmo moviliza la asistencia de público de todo el sur de Francia junto con muchos artistas participantes de toda Europa… y más allá!
Quiero hacer constar la importancia de las nuevas tecnologías en la difusión y conocimiento del Mini Print a través del mundo. Tenemos multitud de amigos y seguidores que nos animan, a los que quiero enviar el más cordial agradecimiento por el hecho de que el arte es comunicación, y sus opiniones, entusiasmo y adhesión al Mini Print nos ayudan a seguir adelante a pesar de las dificultades.
Siempre hago constar el reconocimiento que siento por los artistas participantes. Los admiro muchísimo y despiertan toda mi simpatía. Ellos son el alma del Mini Print.
¡Hasta la próxima edición!